miércoles, 25 de diciembre de 2013

El penúltimo Astrolabio*

El penúltimo Astrolabio* ensayo publicado originalmente en Periodico de poesía UNAM número 64. Ver aquíAna María Vázquez Salgado, CECULTAH/CONACULTA, México, 2010. 
Por Juan Galván Paulin
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… la intensa búsqueda de la palabra para abordar lo poiético –destino del poeta, anclaje del hombre en su devenir- conduce siempre a una experiencia reveladora con lo primigenio; simbólicamente puede traducirse en esa alquimia en la cual los elementos transmutan en imágenes con las que la mirada va enunciando los contenidos de lo real y su materia… así, el agua y lo telúrico se nos presentan investidos de la majestad del origen, una matriz que adviene metáfora de la Diosa; hierofanía donde el tiempo cobra sentido y la historia, la duración misma del hombre adquiere cualidad de existencia; entonces paisaje, territorio para todo peregrinaje, el de la carne, el de la mente, el del alma… ahí fuego y viento con su abrazo van convirtiéndose en lo táctil, en una sensualidad erotizada para signar la oposición a la muerte, la inapelable aceptación de su autoridad y la angustia ante la nada; entonces el poema es certeza de que sobre la vida es de lo que habla; indagación y anhelo del poeta de hacer con lo transitorio un tatuaje, de conquistar la permanencia de lo fugaz… esa fugacidad es la única huella tangible de lo real, dolor provocado por la ausencia que hiende la piel y es la fiebre de la memoria, un combustible, un ansia con el que quisiéramos obligar la eternidad, detener ese goteo catastrófico del paso de las horas, de los días destilados noches aciagas o plenas de gozo; esperanza de que quien nos abraza, quien amamos, no se apartara nunca, desvaneciera en ese espectro tan corpóreo que es el recuerdo: extensión de una imagen, evocación, sí, para sanar y conjurar aquello, aquél, aquella que nos abandona, o que vamos dejando atrás, en una calle, en una habitación con el lecho revuelto, en la niebla que tiñe un parque antes que las luminarias urdan su labor, o al final de una discusión en la náusea de la boca amarga por ese hasta aquí que es la fractura de la dicha… una imagen me aparece recurrente al visitar la obra de Ana Vázquez, y no como recurso al que se suele llegar cuando se lee de ámbitos mitológicos, el eco de leyendas se entreteje con la resonancia de teponaztles y zampoñas, y el Mictlán o el simple camino polvoriento se vuelven sendas para confirmar laberintos; esa imagen es las mujeres enlutadas de Orozco, o las de rebozos blancos en la tierra yerma de las primeras etapas del pintor Rodríguez Lozano, ávidas de masticar el dolor y de preñarse de la ausencia de hombre, hincadas o gesticulantes en el páramo que se extiende sin horizonte posible ante ellas; fantasmas con olor a leña y sementera en los que cada rezo se destila hasta el silencio… y ese silencio, más que el hueco en el oído, es prodigioso útero hecho metáfora en un jacal…no, de ninguna manera la obra, la poesía de Ana Vázquez participa de un arcaísmo costumbrista; si bien el imaginario en el que cimienta su voz es particularmente identificable como partícipe de una tradición poética vinculada a lo paisajístico –y con ello me refiero a una cartografía del espíritu, más que al retrato de la naturaleza-, enlazada al mundo imaginal de Rulfo, al ritmo de la flor y el canto y a la ontología de Esther Seligson, no por ello su búsqueda es menos original y su verso menos contundente (hablar de originalidad no es hacerlo ya de un proyecto como de un espejismo)… así que la búsqueda de Ana Vázquez es la de dar sentido, a través de la imagen y de la metáfora, al éxtasis en que nos planta lo poético; una religiosidad con el origen, con toda matriz y con los contenidos de lo trágico; una conciencia que se propone decantar el misterio que anida en la mujer, o que es la mujer en el interior de esa temporalidad marcada por la pasión, el eros y la cueva germinativa de la muerte y de lo eterno que es su sexo, su mirada que se posa sobre cada objeto y todo rincón del sentimiento… pero antes de continuar debo ser fiel a mi propia memoria; este texto es también un ajuste de cuentas con un periodo de mi vida que me significó el acceso a la amistad, la posibilidad de compartir con otros esta vocación y este destino que señalan la ruta de poeta, periodo del que Ana Vázquez es parte importante…, lo he dicho de diferente manera y en distintos lugares, y tampoco soy el primero: la condición del poeta es un destino que debe ser cumplido bajo condena de extraviarse en el silencio de no hacerlo; y extraviarse aquí es acepción de perder los gestos y las marcas del propio rostro… A esto es a lo que invité hace 16 años a los asistentes al taller literario de Tulancingo; terrible convocatoria porque las sesiones se llevaban a cabo bajo la tutela de la Esfinge, carnicera despiadada en sus enigmas… Ana Vázquez llevó consigo al taller los mapas de su indagación constante, alguna que otra brújula y, como todos, sus naufragios personales, si no ¿qué sentido tiene cualquier expedición?..., y se atrevió a permanecer en esos perennes 40 días de tentación que es la escritura de todo texto literario… Muchos no lo saben o se agazapan en sus adulterios, pero escribir, y escribir poesía, amenaza la cordura, aquello de nosotros que nos habita en lo más profundo del ser con su oscuridad y sus abismos… con el tiempo, o en el tiempo, como mejor parezca, Ana fue construyendo su lenguaje, y con éste traduciendo alquímicamente el sentido que la vida le otorgaba a su mirada; esto se llama –fórmula inamovible repetida hasta el cliché- nombrar el mundo para que otros lo reconozcan y se reconozcan… cuentos, relatos, cartas con los que inquiría las coordenadas de sus ínsulas y continentes, la atrocidad de las tormentas… me siento afortunado de ser testigo de sus transmutaciones: Ana pertenece a la portentosa estirpe de poetas Gorgonas, diosas nunca derrotadas que ponen al hombre ante aquello que es lo único que no puede mirar de frente: la verdad… por ello su poesía es telúrica, del origen; y es fuego que consume para renovar por el agua –por el vientre- a través del hálito que es palabra/poiésis… el recorrido del poeta y de la poeta no es una mera incursión caligráfica; es, ya lo dije, peregrinaje para la develación de los arcanos presentes en cada acto humano, el riesgo ante la Esfinge… debo decir, entonces, que el peregrinaje de Ana en las bifurcaciones de lo poiético es una forma personal –luego originaria- de internarse en el laberinto para escudriñar respuestas, para obtener la paradoja de la poesía: manifestación del enigma a través de la sonoridad de la palabra (su oscuridad), en sus encabalgamientos que, al develar, interrogan… llega así a El penúltimo astrolabio, jornada intermedia hacia otros archipiélagos, una pausa antes de las próximas navegaciones… lo que ahora digo no es una definición; es únicamente un atisbo de lo que la lectura de su poemario preña en mí: veo a la poeta usando los sextantes en los mapas de la condición humana y de su propia biografía en una persecución a la raíz de la voz, una voz entre calicheras y alcobas y muros, entre valles y barrancas, no como ruinas sino en plena solemnidad, donde los cantos de las abuelas poseen el mismo sentido que las tintas roja y negra de los tlacuilos: recurso narrativo y vía poética, su uso del náhuatl, sea como lengua o con una intención metafórica, se entiende como un anhelo cosmológico; por eso afirmo que originario… decía, la remembranza de lo prehispánico que nos hacer intuir no es como una estampa extraída de algún mural, es la autoridad de un ritual donde lo telúrico y su memoria son semilla en el vientre de la desolación de una mujer deseosa del eco, del espejo de su voz y de un abrazo… por eso El penúltimo astrolabio hace de la ausencia un ámbito antes que una corporeidad, y también la certidumbre de su anécdota: la traición, el sinsentido del abandono, el drama del desamor, las palabras que quedan sin pronunciarse o sin respuesta, o las respuestas que hielan la piel o calcinan el cuerpo en la soledad irredenta; soledad de una mujer para quien los paisajes son, antes que la poesía los nombre y los revele, un territorio yermo, la cualidad del silencio; en ellos todo está por germinar y todo por ser dicho y habitado y vuelto a despojarse, siempre en un rito cíclico que va de la muerte a la vida, de la palabra a la existencia y de aquí a la memoria del amor que en su epifanía ya delata su condición de huésped del pasado… desde el primer verso de El penúltimo astrolabio Ana Vázquez va cumpliendo su abordaje del continente de lo poiético, y establece la relación, una analogía de continuidad entre la alquimia de los elementos devenidos realidad y su propia condición de mujer; y también al mismo tiempo instaura la ritualidad del poema como evidencia de la existencia: “Las tinieblas devoran la luna,/ yo también estoy menguando./ Un canto antiguo como el aire/ emerge desde los pliegues del tiempo:/ Soy quien conjura/ quien vuela sin alas/ quien alumbra la oscuridad/ quien se interna en los sueños de los hombres…”La Diosa como totalidad y origen, la mujer como metáfora de esta hierofanía… “Observo los signos en el cielo:/ es la hora/ -el comienzo-/para llevar el ropaje de la noche/ y las manos tatuadas de silencio…”la evocación del imaginario prehispánico, el canto de las abuelas instila su ritualidad en el lector; entonces todo verso deEl penúltimo astrolabio se concibe en el interior de un ámbito mítico, con la sonoridad de un caracol: la palabra desplegándose en el tiempo: “Rojo y negro es tu canto/ perfora los muros a fuerza de adherirse a mis labios/ enjambre en la ranura por la que escapa la noche/…/ ¿Dónde están las nubes de copal, tus ojos y mi casa?/ ¡Dónde las plumas que sostienen tu espíritu y mi sombra?...” identidad, ontología femenina vuelta a la raíz de Coatlicue y sus advocaciones, y también la ausencia del amado, pérdida y vacío… “Con qué voz he de nombrarte/ yo que nací del fuego/ que corrí con el viento hasta la orilla del mundo/ y fui raíz entre las grietas”… territorio del Mictlán, Laguna Estigia, la Casa del Polvo, peregrinaje en lavía del inframundo para renacer y renovar la vida: “Es mi casa/ columna en que la luz se hamaca/ Abrevadero en donde los acantilados mitigan su sed./ Voy a ti desde el principio del tiempo vestida con un manto de olvido”pero también avidez por el paisaje, soledad del cuarto o del lecho vacíos, desamparo de la mujer abandonada, con su furia, con su afilado dolor homicida, con su llanto y con su rabia: “Te miro/ voy desandando primaveras/ en un doblar solemne de campanas/ que sellan cada hora con su voz melancólica./ Ayer fuiste tabernáculo de luz/ hoy/ oscuridad apenas detenida”…Entonces esa imagen recurrente en mi memoria, las mujeres enlutadas con rebozos blancos, que no son repertorio del imaginario sino su esencia, pueden cobrar en mi lectura de El último astrolabio de Ana Vázquez el sentido de evidencia, que no representación, de lo real a través de su metáfora; y es en ésta donde lo que me atrevo a llamar la cosmoontología de la Diosa hace reinar su majestad, es decir, el continuo del misterio de lo que acostumbramos llamar la vida: “Emerge ahora la palabra/ vuelo frágil/ luz rompiendo la oscuridad primera/ plegaria para el nuevo advenimiento/…/ Es el misterio de la noche/ tálamo cuajado de luna/ refugio de ternezas/ esplendor de un día de fiesta/ alas/ que rompen en vuelo al infinito”…

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